Que la vida iba en serio.
Vaya que sí.
Y antes de
entenderlo
ya tienes
las manos atadas,
el alma
vendida
y el corazón
encurtido.
Pobre vida.
Y todo por
querer enseñarnos
a ser
felices.
No os culpo,
es demasiada
responsabilidad
vivir según
sus normas,
como sentir,
donde amar,
cuanto
comer,
cuando
beber,
que decir,
porque
callar,
a quien
obedecer.
Pobre vida.
Ella sólo
quiso
darnos todas
las posibilidades,
no quería
abrirnos puertas
porque nunca
las hubiese construido
y ahora
su brisa
intenta
derribar las paredes
porque no es
sólo aire,
son todas
las esperanzas que abandonaste,
los sueños
que naufragaron,
las ideas
que, en forma de constelación,
te alumbran
cada mañana
al
despertar.
Ella nunca
tuvo la culpa
de que se
nos quiera presos;
ella nunca
jugó de su
lado;
ella es de
todas
y todas
estamos
inmersas
en el
maravilloso juego
que es
aprenderse
más allá
del cómo, el
dónde, el cuánto,
el cuándo,
el qué, el porqué,
más allá de
a quién,
aprenderse a
obedecerse,
a callar
pero decir,
a beber y
comer del amar,
aprenderse
para sentir
porque la
vida iba en serio
y queda
tanta.
Que no nos
de miedo volar,
saltemos
desde nuestras mentes
al centro
del mundo
y entre el
magma y los fluidos
flotemos
libres como somos;
que no nos
de miedo luchar,
dar un
abrazo,
prestar una
mano,
salir a la
calle
y gritar-le
al mundo
que no está
solo;
no tener
miedo a sentir,
no tener
miedo a vivir.
Porque la
vida va en serio
y es mejor
no entenderlo más tarde.
Bueno, nada más por hoy, disfrutadlo y compartidlo. Seguid con vuestras cómodas vidas.