Aquella noche, como todas, hacía mucho frío en el desierto por el que se
pasaba divagando día a día pero no le importaba, hacía ya un tiempo que había
dejado atrás su anterior vida y en ningún momento se le había ocurrido mirar
atrás siquiera para esbozar un recuerdo en las solitarias noches a las que
sobrevivía gracias a las pequeñas nociones para resistir en situaciones
extremas que la vida le había ido enseñando y, habiendo planeado antes de irse
de su anterior vida lo que le iba
esperar a partir de entonces, llevaba piezas de abrigo suficiente para
aguantar las bajas temperaturas. Todo lo que acompañaba su viaje era su mochila
y lo que había dentro de ella, una lona con cuatro cuerdas y dos palos que
improvisaba como tienda, la ropa de abrigo para las noches, una pequeña silla
plegable, tres cantimploras que llenaba eventualmente al encontrar un oasis,
una pequeña colección de gorras, lo justo para su higiene personal, algunas
prendas frescas para las duras mañanas, una gran libreta y decenas de
bolígrafos, aunque todo esto no ocupaba ni la mitad que las ganas que tuvo de
marcharse de la ciudad y encaminarse a la aventura convirtiéndose en ermitaño
del desierto. La rutina cada día era la misma, se levantaba temprano con los
primeros rayos de sol y comenzaba a caminar, con suerte encontraba agua o algún
mercader ambulante donde conseguir comida para los próximos días, entre paseo
hacia un lado y hacia otro iba cayendo el sol y él colocaba su sillita en la
arena para ponerse a contemplar las primeras estrellas que aparecían en la
noche y, en más de una ocasión, cogía su gran libreta, uno de los bolígrafos y
comenzaba a escribir aquello que esas estrellas le susurraban, tenía ese don
especial; al caer la noche y comenzar las bajas temperaturas cogía su ropa de
abrigo y articulaba la tienda, entraba y se ponía a dormir, así día tras días,
tanto los malos como los buenos.
Pasaba ya el cuarto día sin comida y las fuerzas empezaban a flaquear, en
algún momento dejaba de pensar que la muerte era una opción probable en ese
momento buscando alguna silueta en el horizonte que pudiera ayudarle pero todos
esos gastos de la poca energía que le quedaba a su cuerpo eran en vano, se
quitó la mochila de la espalda, la dejó caer al suelo y acto seguido se dejo caer
él en la cálida arena apretándola con fuerza, notando como cada grano de arena
se escapaba de su mano y él se hundía poco a poco entre ella; en ese momento
cerró los ojos con la idea de no volver a abrirlos y si que se puso a recordar
todo aquellos momentos pasados que nunca había vuelto a mirar desde que entró
en el desierto, todo aquello que le había hecho escoger ese camino por el cual
estaba a punto de fallecer pero sin arrepentirse de la decisión en absoluto,
recordó las risas, insultos, palizas y todo aquello que, en su infancia se
convirtió en el pan de cada día y que, aunque en menor cantidad, se seguían
repitiendo, por eso decidió marcharse. En ese momento era un cuerpo yaciente
entre la arena a punto de fusionarse totalmente con ella, un ser inconsciente
que ya se había mentalizado de no volver a sentir nunca nada más, un escritor
fracasado en la fin de sus días, pero cuando todavía asomaba la punta de la
nariz del cuerpo, alguien pasó por esa zona y se sobresaltó al clavar la pierna
en la arena y pisar lo que parecía un brazo y, tras recuperarse del shock,
desenterró el cuerpo y lo llevó con él.
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Esta es la primera parte de el relato ganador del primer concurso de relatos que la plataforma Bloggerizados realizó. En breves publicaré la segunda y última parte del mismo.
Bueno, nada más por hoy, disfrutadlo y compartidlo. Seguid con vuestras cómodas vidas.
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Esta es la primera parte de el relato ganador del primer concurso de relatos que la plataforma Bloggerizados realizó. En breves publicaré la segunda y última parte del mismo.
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